Edgar Wildfeuer tiene ya 92 años. Es el único sobreviviente que reside en Córdoba, de la terrible masacre judía a manos del nazismo Alemán. Una de las tantas víctimas que el antojo Hitleriano dejó. Hoy, desde Córdoba, recorre el país contando su historia. Dice que ya está acostumbrado, pero «siempre uno se emociona al recordar estas cosas». En la mañana de este miércoles, un rato antes de brindar la primera de las dos charlas en nuestra ciudad, atendió a los medios de prensa. Aquí contó parte de su historia.
«Yo era un jovencito, único hijo y escapábamos con la familia, hasta que en un momento nos apresaron, en una zona rural y mataron a todos, menos a mi. Yo custodiaba una bici y solo tuve suerte. No me mataron porque le llevaba en esa bici la comida a los patrones» recuerda. Dice que se quedó solo en el mundo, pero siguió. Buscaba su futuro en las noches sin poder dormir. No sabía qué hacer. Fue prisionero hasta 1945. Vio en carne propia la desalmada acción Nazi. «Nos trasladaban en vagones, como animales, muchos morían en el mismo viaje. Ya en los campos de concentración, nadie sabía que iba a pasar, pero los carceleros si, ya sabían que cuando se armaban las grandes filas, y comenzaban a elegir, los que sacaban de la fila eran salvados, el resto iba a la cámara de gas, a la muerte»… Edgar contó detalles de su paso por el campo de concentración en Auschwitz, donde estuvo un año y de lo vivido hasta su liberación: ese 6 de mayo de 1945 no lo olvidará jamás, justo el día de su cumpleaños número 21. Pesaba tan solo 45 kilos. «Creo que no iba a vivir así mucho más».
«Cuando terminó la contienda suponíamos que todo iba a cambiar, que el mundo iba a mejorar, que desaparecerían las fobias y las acciones negativas. Pero nada de eso se cumplió porque el armamentismo es una industria que da plata a mucha gente», concluyó con pesar.
Para Wildfeuer, esa lucha del hombre contra el hombre, aunque «por otros medios y métodos, nada ha cambiado desde la Edad Media».
Para este sobreviviente revivir su tragedia en sus diálogos, «aunque mil veces cuente lo mismo, otras mil veces» lo encuentra siempre «emocionado».
Dice que decidió contar porque «hay que ser tolerante para evitar todos esos excesos y sus consecuencias. Nadie puede suponerse superior a otro», alertó cuando advirtió que la conflagración mundial tuvo como principal motivo la diferencia racial y el desprecio «por el semejante».
En este diálogo no faltó una referencia para quien él considera el principal referente y causante de los desastres de la guerra: Adolf Hitler.
Al respecto, Wildfeuer descartó aquellas teorías que lo ubican escapando con vida hacia América del sur.
Hitler «murió y fue incinerado» en su bunker de Berlín, como describe la historia oficial.
«Era una persona demasiado importante, demasiado poderosa como para esconderse así nomás. Toda esa gente que apareció (por los nazis fugitivos y detectados en distintos lugares) no eran importantes, el único importante era Hitler, y a ese no lo encontraron», remarcó.
Wildfeuer fue partícipe involuntario, pero obligado, de la llamada ‘marcha de la muerte’.
Se acercaba el final de la guerra y los alemanes, acorralados por los aliados, comenzaron el traslado del alrededor de 100.000 prisioneros de Auschwitz, en las caminatas que aquellos cuerpos casi fantasmagóricos emprendían semi desnudos, descalzos y sedientos en las que muchos morían en el intento, hasta que en Ebensee (un campo de concentración satélite de Mauthausen, Austria) los soldados aliados los rescataron un 6 de mayo de 1945.
Ese día Edgar cumplió 21 años, y comenzó un giro venturoso en su vida, que no estuvo exenta de sacrificios y privaciones pero -una vez más- comenzó a iluminarse a partir de su traslado -en calidad de refugiado- a Santa María di Leuca, una pequeña localidad del sudeste italiano donde conoció a Sonia Schulman, su futura compañera de toda la vida.
Con ella y su familia, ya instalados en Córdoba con anterioridad a su partida de Europa, Edgar viajó a Sudamérica portando un pasaporte de la Cruz Roja para ingresar a Paraguay, con visa de tránsito a la Argentina.
Es así que llegó a Buenos Aires, donde se suponía que lo esperaría Sonia junto a su familia. Una vez más los destinos se cruzaron porque no lograron encontrarse allí y sólo volvieron a verse en la ciudad de Córdoba en una situación que Edgar calificó como «desesperante» hasta el momento del reencuentro.
Explicó que al llegar a Córdoba se encontró con un mundo desconocido y que quienes debían recibirlo no estaban «porque habían ido a esperarme a Buenos Aires». El encuentro «finalmente se produjo», y la otra historia, la que vendría desde entonces, comenzaba a tomar su color definitivo.
Aquellos tiempos -Wildfeuer ingresó al país el 15 de noviembre de 1949- «fueron bastante buenos porque el país estaba desarrollándose, había trabajo» y pese a algunas diferencias culturales, «costó, pero logré acostumbrarme», aseveró.
Durante la primera época en Córdoba, mientras estudiaba, trabajó como fotógrafo en el negocio de su futuro suegro, hasta que se recibió de ingeniero civil, profesión a la que dedicó su vida laboral activa.
Sin embargo, Wildfeuer considera que su mayor logro no fue ni sobrevivir a Auschwitz ni volver a la vida desde aquel campo de la muerte.
Su victoria fue la construcción de su familia junto a su esposa, con quien permanecen unidos hace más de 60 años en una dicha entrañable que fructificó en tres hijos, siete nietos y una bisnieta de quienes no se cansa de hablar con orgullo y una emoción que trasunta en su mirada infinita (en negrita, extracto de la nota publicada por Agencia Télam)