«CONTRAGOLPE»

. por EDUARDO LÓPEZ MOLINA

No se trata de una batalla cultural la que hay que dar pues ello supondría la existencia de 2 culturas frente a frente. La diversidad cultural y el diálogo entre culturas, nos enriquece y, al mismo tiempo nos interpela, en tanto nos expone a lo provisorio, al azar y a la dimensión inapresable de lo imprevisto.
Se trata, en este caso más bien, de proteger y cuidar la cultura contra una barbarie cruel y premeditada. No es cultura contra cultura, sino cultura contra ignorancia, contra un salvajismo inusitado que hace de la ofensa y el insulto su modo habitual de vincularse con los demás y que se subordina de modo vergonzante ante los tiranos del mundo desarrollado. Una política que declina ante el monarca y cuya máxima aspiración es el virreinato.
Su lógica es dualista y sus acciones muestran, a cada paso, que les asusta y enerva aquello que no coincide con sus disparatadas convicciones.
Pero lo cierto es que lo común solo puede construirse justamente a partir de la diferencia, como ocurre por ejemplo cuando se unen 2 géneros artísticos muy distintos entre sí: el drama teatral y la música, para crear una tercera cosa, nueva, original y bella: la ópera.
Por lo contrario, la intolerancia y las generalizaciones abusivas a partir de eventos que son singulares, dan cuenta de un primitivismo preoperatorio intolerable que se regodea uniformizando aquello que no es uniforme.
Poe ello afirmo que es necesario, hoy más que nunca, dar batalla contra esta deplorable entente hecha de ignorancia y vanidad, y que hace gala de una jactancia insólita.

Contragolpear es la consigna.

Contragolpear con argumentos que impacten como puñetazos en el rostro de estos insultadores inveterados y con estrategias potentes que pongan freno a tamaña maldad. Una ofensiva decidida, para atacar los puntos débiles de un adversario, lamentablemente, indigno. Y lamentablemente digo porque uno debería también poder elegir sus rivales. Al menos que sean dignos y con una cierta dosis de cultura, saber y conocimiento, no personas que hacen gala y hasta festejan el no saber. Vale como ejemplo de ello la presencia estelar de una terraplanista en la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la HCD de la Nación o la imposibilidad de construir una oración coherente y la pobreza lingüística, de la que hace gala la hermana suprema.

Una pregunta retumba en mi mente por estos tiempos aciagos: cómo es posible que tantos jóvenes lleguen a creer -y subrayo lo de creer, contra toda evidencia- que el cambio puede venir desde la ultra-derecha? Qué poco los formamos en la historia. Triunfó del “ya fue” y confusión entre el pasado y la historia. No todo el pasado es historia, sino que es aquello del pasado que aún está en pie. Y vaya si hay que revisarla.

Historia, presente y porvenir re-anudados.

O acaso nos olvidamos ya cómo nació el Estado en una Modernidad laica y desencantada, dejando atrás el mundo medieval y el feudalismo y teniéndosela que ver con un mundo sin dioses y desencantado, tal como lo describía Max Weber?

O acaso nos olvidamos ya que el Estado creó escuelas, hospitales, fábricas, pueblos, ciudades, rutas, puertos y cuántas cosas más?

O acaso conocemos casos de países que lo eliminaron? ?

Alguien puede creer que el desarrollo tecnológico de EEUU fue y es posible sin su Estado o que Francia, Suecia, Finlandia o Noruega apelaron a un topo para que lo destruyera desde dentro?

Acaso es posible creer que el mercado puede regular las relaciones entre los seres humanos?
O acaso alguno de los gobiernos del llamado primer mundo hicieron suyo y aplicaron el decálogo perverso propuesto por el Consenso de Washington en el año 1989 y que marcó las gestiones de los 90 en los países del tercer mundo?

Recordemos sus ingeniosas recomendaciones y mostremos que nada nuevo hay en el discurso libertario hoy promovido como novedoso:
-achicamiento del Estado
-liberalización comercial,
-disciplina fiscal,
-reducción del déficit,
-control del gasto público
-tipo de cambio que favorable a las exportaciones
-privatización de empresas públicas,

  • tasas de interés definidas por el mercado y,
    -apertura a la inversión extranjera.

Quiénes son los “pícaros” que impulsaron estas medidas para países que no son los de ellos? El FMI, el BM y el Tesoro de EEUU. Todas ellas instituciones financieras internacionales con sede en Washington DC.

Nada nuevo en el horizonte aunque sí hay que reconocer la habilidad de hacer pasar por original algo que ya tiene, al menos, 36 años.

Los resultados obtenidos, para aquellos países que lo aplicaron -acatando cada uno de estos puntos por el poder coercitivo que estas instituciones ejercían a través de la deuda externa- allá por los 90, fueron horrorosos:

Mayor empobrecimiento, aumento de la desigualdad social, segmentación social, falta de crecimiento, desaparición de la industria nacional, movilidad social descendente y precarización (oculta bajo la aparentemente inofensiva palabra de “flexibilidad”) laboral, y ot., fueron algunos de sus resultados.
No son nuevas ideas, son las mismas de siempre, desde Krieger Vasena para acá. Política que se subordina a las indicaciones de una ciencia social y por tanto -mal que les pese- conjetural y que solo cierran con represión y complicidad de los medios más poderosos y de la justicia.
La nueva frase a enarbolar por los sectores progresistas ya no será aquella que hizo ganar las elecciones a Bill Clinton, sino su inversa:

ES LA POLÍTICA ESTÚPIDO
Y cuando ellos hablen en clave económica libertaria hay que responder desde la política.
Milei habla de economía, Cristina de política.

ES CRUCIAL ENTONCES VOLVER A SUBORDINAR LA ECONOMÍA A LA POLÍTICA
Y, por otra parte, claro que nada es gratis y que todo tiene un costo, pero, no hay que confundir, como ya lo advertía Antonio Machado y lo musicalizaba el Nano Serrat
Supe que lo sencillo no es lo necio
Que no hay que confundir Valor y Precio

Mucho tienen que ver con el des-anudamiento del presente, respecto del pasado (fin de los rituales) y del porvenir (fin de los grandes relatos), las redes que imponen una instantaneidad sin duración, pasatiempos que no implican experiencias perdurables y significativas, y que perpetran una intromisión obscena en la intimidad de nuestras vidas.

Las redes son el mensajero y también el mensaje (parafraseando a Marshall Mc Luhan).

Fin de la experiencia, triunfo de la mismidad, asesinato de la alteridad y fin del acontecimiento transformador.

No sorprende entonces escuchar a jóvenes expresar con una mezcla de dolor y resignación: “no me pasa nada…”. Nada les pasa en el presente, poco quieren/pueden saber del pasado y nada esperan de un porvenir lleno de incertidumbres. Y es ahí, justamente ahí, en donde algunos de ellos se aferran acríticamente a un discurso que les ofrece certezas (psicóticas por cierto) en un mundo donde todo es incierto y no hay garantías ni verdades absolutas, y deciden marchar, temerariamente, tras el flautista de Hamelin de estos tiempos,

De lo que sí hace gala el discurso libertario es de una rara habilidad para hacer pasar lo viejo por nuevo.
Enfrentamos un discurso nefasto que apela al individualismo y el egoísmo más radical y que convoca a algunas de aquellas pasiones tristes de las que hablaba Baruch Spinoza: desprecio, miedo, ira, odio, soberbia, envidia, egoísmo y vergüenza.

Discurso transido por una crueldad inusitada, que culpa a los pobres por su pobreza, que acusa a las industrias nacionales de no querer competir y las hace languidecer y luego desaparecer, que denigra a los inmigrantes, cuando que sus propios padres y abuelos migraron a este país, expulsados de Europa por las guerras, la falta de trabajo y las hambrunas. Todos ellos tuvieron acá, salud y educación gratuita, pero son ahora sus descendientes quiénes desprecian a aquellos que llegan desde países hermanos de América Latina buscando un porvenir mejor. Racismo pos-moderno, ingratitud in extremis.

Necesitamos, hoy más que nunca, que “los intelectuales” salgan al ruedo, que ejerzan el sano oficio de la crítica y que actúen nietzscheanamente desenmascarando, deconstruyendo y revelando las falsedades subyacentes al discurso libertario.

Como nos enseñaba Michel Foucault, el rol del intelectual no se limita a ocupar una posición de vanguardia sino que se centra en la lucha contra el poder, especialmente en el ámbito del conocimiento, la verdad, la conciencia y el discurso, o como nos enseñaba Jorge Luis Borges, quién consideraba que los intelectuales tienen una responsabilidad social que es la de usar su inteligencia, su conocimiento y su poder de palabra para contribuir a un mundo mejor.

Bertrand Russell, reconocido intelectual y filósofo británico, consideraba que el rol de los intelectuales va más allá de la producción intelectual, incluyendo un compromiso social y la pronunciación sobre las grandes cuestiones que atraviesan a la sociedad. En otras palabras, los intelectuales no solo deben realizar investigaciones y reflexiones, sino también tomar postura ante los problemas del mundo y defender los valores que consideran fundamentales. Russell, en su vida y obra, ejemplificó este compromiso con el pacifismo, el voto femenino, la despenalización de la homosexualidad, el desarme nuclear, entre otros.
Russell fue un defensor de la libertad de pensamiento y la expresión, lo que también se reflejó en su compromiso con los derechos humanos y la justicia social y creía que los intelectuales debían tener una postura crítica ante el poder y la autoridad, y no tener miedo de cuestionar los dogmas y las verdades establecidas.

Intelectuales, AL FRENTE.

Por su parte, Norbert Elias en su libro El proceso de civilización, escribía que las sensibilidades públicas no son eternas sino que mutan históricamente en razón de cambios significativos en las estructuras de poder y en las relaciones sociales. Por tanto tales sensibilidades no son meramente subjetivas sino que están moldeadas colectivamente.

El reto que enfrentamos es enorme pero es indispensable asumirlo y contragolpear para poder así transformar una anestesia moral que se extiende en la sociedad y una subjetividad apática como resultado del avance del individualismo extremo.

Volver a enarbolar una ética del reconocimiento y de la solidaridad y adueñarse del centro de la escena para desde allí poder construir desde el cuidado y no desde el des-cuido y el abandono. Porque todas las vidas importan: la del pobre, la del desocupado, la del despedido sin causa justa, la del que padece algún tipo de discapacidad, la del jubilado, la del adversario político, etc.

Salir a combatir, sumando a todos ellos, el “sentido común” (el menos común de los sentidos s/Gastón Bachelard, un sentido construido y diseminado por los medios cómplices) que banaliza la crueldad (“él es así” legitimando sus expresiones insultantes con un velo de autenticidad).

Dice Susan Sontag que no basta con ver el dolor ajeno, sino que hay que hacerse cargo de lo que ese dolor nos dice sobre el mundo que habitamos y de aquel que queremos construir.

Eduardo López Molina, Profesor Titular, Facultad de Psicología y Facultad de Filosofía y Humanidades, de la UNC. Profesor de posgrados, especializaciones y diplomaturas. Investigador de CIFFyH.
Autor del Libro: LO QUE DICEN LAS PALABRA y coautor de HISTORIAS CLÍNICAS VII, INFANCIAS.