PESAR POR LA MUERTE DE JORGE TEMER

El ex basquetbolista falleció en Oncativo, donde residía. Dejó un legado de hombre bueno, sano. Con estas cálidas y exactas palabras -que a continuación reproducimos- lo despidió en redes sociales su hijo Germán.

Hombre bueno era mi viejo.
Poseedor de una nobleza de eterna problematica descripción, quizás sea por jamás ejercerla por elección, ni tampoco remedio.
Inocencia de un corazón que por mostrarse acorazado, toda vez que el mínimo guiño lo invitaba al desvelo, solo hacía aún más contagiosa y recíproca la comunión.
Ejemplo de como transcurrir y trascender sin hacer barullo, no era aquel compadrito que chilla para hacerse notar. Así comprendí que no sólo ama el que te lo repite, si no el que te permite ser.
Tipo de naturaleza honesta. Amigo de todos y enemigo ni del desconocido; hay un premio muy valioso heredado de esa presunción de que «todos los demás son buenas personas hasta que se demuestre lo contrario»: la recompensa del desprejuicio, la verdadera paz interior.
El que haya tenido la dicha, habrá percibido que su cariño era demostrado en el palpable y aliviador permiso, como un flujo, como corriente, una invitación mansa, tranquila y liberadora, a ser y mostrarse como uno es.
Atrapado entre dos distantes generaciones, como equilibrista entre dinámicas familiares y valores ancestrales que se han ido transformando, habrá catalizado, tal vez inconsciente, el silencioso regalo de mi libertad, y la protección de mis alas, quizás en perjuicio de las propias.
Extrañaré esa propuesta a descifrar el involuntario lenguaje de ternuras percibidas en expresiones que exclamaban sentimientos profundos, pero sin pronunciar una sílaba.
Viejo querido, reposo en tu paz imperturbable, que favorece a la sensación de que todo va estar bien, y que mañana es mejor.
Hombre bueno era mi viejo.
Pregúnte por ahí.

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